domingo, 20 de enero de 2013

Diario de guerra IV: Miranda de Ebro



Cosa de unos 500 metros distaba el campo de prisioneros de la estación. Como el paso era bastante rápido no tardamos más que unos cuantos minutos en llegar a Miranda de Ebro. En la puerta del mismo hacían guardia dos o tres soldados.
Momentos después nos llevaron al almacén y nos dieron a cada uno de nosotros  manta, cuchara y plato. Seguidamente nos tomaron la nueva filiación. Terminados estos datos nos dijeron que buscásemos alojamiento en cualquier barracón de los que había en el campo. Juntos íbamos Diego Requena, Luciano Martínez y yo. Recorrimos los diferentes barracones, todos estaban totalmente llenos y no encontrábamos sitio. En uno de los barracones sin terminar y sobre unos tableros establecimos nuestro aposento y dormitorio.

Poco después tocaron la corneta para la cena. Cogimos el plato y la cuchara y fuimos a formar cola. Ya estaban repartiendo el rancho. Nos llegó el turno y así que lo cogimos nos lo comimos con bastante apetito y además que estaba bastante bueno pues eran patatas cocidas con alguna grasa y callo. En cuanto nos lo engullimos nos fuimos al barracón. No había luz eléctrica porque como ya digo estaban terminándolo de construir, tan solo había una lámpara improvisada con un bote, una mecha y un poco de aceite. Tendimos las mantas en el suelo sobre un tablero y bastante incómodos pasamos la noche.

A la mañana siguiente, a las 6 se oyó el toque de diana. Rápidamente nos levantamos pues los que llevaban en este campo más tiempo nos dijeron que teníamos que darnos prisa a salir a formar al exterior pues los cabos de vara vendrían enseguida dando algunos palos a los que se rezagaban.
Inmediatamente salimos y formamos en una de las colas que se empezaban a formar. Aquello parecía un inmenso hormiguero saliendo de sus respectivos agujeros, aquí en este caso, barracones. Por espacio de un cuarto de hora o veinte minutos estuvieron saliendo y formándose las 12 o 14 interminables colas. Estábamos aproximadamente en este campo de concentración de Miranda de Ebro unos 5000 o 6000 prisioneros.

Ya formadas las colas los cabos de vara contaban al personal, a la vez que nos daban una onza de chocolate a cada uno, siendo éste el desayuno, con algún pan si había uno dejado de la cena de la noche anterior.
Próximo a la cocina se veía una pequeña cola, de unos 20 o 25 prisioneros a los cuales les repartían de una sola y humeante caldera, no pudiéndose meter en aquella cola nadie más. Aquellos eran todos los que formaban la sección de pelado de patatas para todos los prisioneros del campo. Éstos estaban pelando patatas todo el día en sesión continua y por lo tanto les daban más ración de guisado que a los demás y formaban para comer a parte.
Más a la derecha y a la orilla del río estaban los retretes y urinarios. Había que adentrarse por una pasarela de madera que llegaba hasta bien dentro del río, sosteniendo la pasarela y los retretes unas vigas de madera clavadas en el río.
En días aquellos que llovía bastante se ponía aquel paso barroso y escurridizo y según me contaron unos días antes de llegar nosotros se resbaló uno de los prisioneros y cayó al agua. No había allí mucha profundidad, pero hacía remanso y las aguas estaban como es de suponer bastante sucias, pero no le ocurrió nada grave ya que enseguida lo sacaron con una cuerda.
Todas las mañanas y por las tardes formábamos para nombrar a los que salían destinados a los diferentes batallones de trabajadores. El día 9 de octubre de 1938, domingo, me nombran a mi y a todos los que llegamos del campo de Estella. Nos llevaron una caldera de comida y después de comer nos dieron macuto nuevo y un par de botas al que las llevaba rotas o zapatillas. Nos dieron además dos chuscos y cinco latas de sardinas para el viaje.
Salimos del campo de concentración de Miranda de Ebro a eso de las 2 de la tarde del día 9 de octubre de 1938 con dirección a la estación de ferrocarril. Sobre las 4 de la tarde montamos en un tren de mercancías alejándonos momentos después con dirección desconocida.



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